28 de marzo de 2013

¿Podés matar al monstruo que hay dentro de mí? Por favor.

Un pensamiento, con un solo pensamiento basta para poner en juego todo el esfuerzo de años.
Su estabilidad es estar constantemente inestable. Su lucha se dicta todos los días, pero la guerra está a la noche, y hay que tener el pulso de acero para ganarla. Su primer pensamiento es no haber pensado. Su primer respiración del día es una más en su cuenta regresiva.
Describir un día de su vida nunca se le hizo fácil, pero ahora está haciendo el intento. Teme por el qué dirán, por ser juzgada, por volver a ser maltratada y por, sobre todas las cosas, volver a ser dejada aparte, fuera de todo ser querido. Teme quedarse sola, aunque para ella el sentimiento de soledad nunca supo abandonarla.
Piensa si quizás el abandono de la soledad sería el adiós más doloroso, puesto que fue ella la que nunca la dejó sola...que ironía. Piensa, toma un trago de aire y se brinda a escribir lo que para ella fue la puerta de entrada al peor infierno que haya conocido.
Los monstruos están en todos lados, están ahí afuera, según algunos. Les tememos, mataríamos a los monstruos por alguien que amamos, mataríamos los monstruos por nosotros mismos. Pero no. Los verdaderos monstruos están dentro de uno. Algunos salen de vez en cuando, a otros no les importa nada. Salen, atacan, destruyen, silencian y enloquecen a quienes los tienen.
Los monstruos la manipulaban, la enloquecían y la hacían besar la lona más de una vez al día. Hace años que aprovechan de su fragilidad  hace años que aparecieron y, según parece, planean ser permanentes. Los monstruos la insultan, la basurean, le escupen, la entristecen, la contaminan...la destruyen. La matan.
Piensen en la persona, la cosa, la situación a la que más le temen. Piensen vivirla. Si le tienen miedo a un ascensor, imagínense en un ascensor atascado. Si le temen a los perros, imagínense en una jaula llena de perros mirándolos. Si le temen al abandono, imagínense a la persona que más aman dejándolos a la deriva, para siempre. Imagínense el dolor, las reacciones que tendrían, cómo una gota de sudor cae por su frente y los temblores no paran. Imagínense querer hacerle frente al miedo, pero que él, con sus ojos clavos en los tuyos y su mirada fría y dura como el hielo, los paralice, los someta a su absoluta voluntad. Imagínese ser marionetas de ése miedo, hacer lo que él diga, cuándo diga y cómo diga. No importa en verdad lo que sea, están dominados, están asustados y su menta ya no es su mente, ahora le pertenece a él: Al Miedo.
Así se siente ella todos los días, con una sola diferencia. Ése miedo tan temido no tiene la cara de un perro, de un ascensor o de un abandono. Tiene su propia cara, sus propios ojos, su boca, su risa, sus manos, su cuerpo. Es ella. Es espantosamente horrible.
Ella se siente sometida a sus pensamientos. Ella le tiene miedo a su ser, a sus pensamientos. Ella se mira al espejo y ve miedo, angustia, dolor. Desesperación. Ve todo eso que los demás no ven y que nunca van a saber. Ella se mira en el espejo y ve las cicatrices de batallas contra ella misma que perdió. Ve, todavía, la sangre correr por sus brazos, por sus piernas, por su panza. Ve la mueca de satisfacción con la que se miraba al espejo cuando lentamente la sangre se iba de su cuerpo y escucha, siente y acepta aquellas palabras que un día se grito: "Te lo merecés". Para ella mirarse al espejo es reconocer a su mayor enemigo, tenerlo cara cara. Enfrentarlo y perder, como siempre. Ella le teme a esos ojos, a esas manos y, principalmente, le teme a ésa cabeza, a ésa mente. A ésos pensamientos. A aquellos que desde muy chica la hicieron sufrir convenciéndolas de cosas como: "Nos sos buena para nada", ''No servís'', ''Nadie te va a querer'', ''Te vas a quedar sola'', ''Sos fea, sos gorda, sos petiza, no sos rubia, no sos feliz. Así nadie te va a querer'', ''Mirate nomás, te mereces lo peor'', ''Nunca vas a ser como ellas''. ''NUNCA VAS A SER LO SUFICIENTEMENTE BUENA PARA NADA NI NADIE''.
Ella nunca llegó a ser la alumna perfecta que quería su madre, ni la hija perfecta que quería su padre. Nunca pudo ser la chica perfecta para el chico que le gusta. Nunca pudo ser la hermana perfecta que salvara del caos a su hermano. Nunca pudo ser la amiga perfecta que su mejor amiga necesitó. Nunca pudo ser la bailarina brillante que siempre quiso. Nunca pudo tener el cuerpo perfecto que siempre quiso. Ella nunca puso ser nada de lo que los demás esperaban de ella, ni siquiera pudo ser lo que ella siempre quiso de sí misma.
A los 12 años se propuso un sola meta y es la única que hasta el día de hoy cumple al pie de la letra: Destruirse.
Tuvo tiempos peores, tuvo tiempos en lo que no aguantaba 6 horas, tuvo tiempos en los que no aguantó un día. Pero este tiempo había sido su mayor logro: 6 meses sin sentir el filo de la gillette en sus muñecas, ni en sus piernas, ni en su panza. 6 meses sin sentir cómo el cigarrillo le quemaba la piel, se la rasgaba y la quemaba. Hace 6 meses atrás había vuelto a caer es su maldita adicción, su adicción al dolor físico como método de castigo hacia sí misma era su mayor pasión y adicción. Era, es su mayor placer.
Nadie sabe en verdad cuánto tuvo que sufrir para poder salir un tiempo de éso. Ella se impuso destruirse y arrancarse la piel no fue su único método. Se sentía sola, abatida  destruida, sin ánimo, triste, angustiada, no se podía levantar de la cama, no podía pensar en otra cosa, no comía, no dormía regularmente, miraba pero no te veía. Hace meses que no reía y ahí fue cuando con 13 años y medio tuvo que pedir ayuda psicológica. "Adolescente. Paciente de riesgo con depresión considerable. Ansiedad y peligrosa para sí misma". Así ella escuchó que la consideraron en ese hospital, vio salir a su mamá llorando y a los pocos días estaba ella, sentada frente a un psiquiatra con un nombre de pastilla en la mano. Depresión y trastornos de ansiedad y ataques de angustia, éso era lo que ella tenía e iba a tener por el resto de su vida. Le dio miedo, quería sacar de ella su parte mala, su peor parte, pero a la vez era la única compañía que tenía. Sin amigos, sin una familia estable y sin ganas de vivir la única que tenía era a su enemiga. Siguió con el tratamiento hasta que se dio cuenta de que estaba tocando fondo, ella ya no tenía piel para arrancarse, no tenía la luz que algún día tuvo en sus ojos. No tenía ganas de seguir así, entonces se paró frente al espejo y vio los restos de la niña que había sido. Vio cómo estaba, los jirones de su piel, vio lo frágil y flaca que estaba. Vio la miseria que era y se odió aún más. Se odiaba por no ser lo que siempre había querido, por no ser perfecta ni buena para nadie y se odió por haberse convertido en eso que era: Un cuerpo sin vida, unos ojos sin luz, un cuerpo sin piel. Se odio pero se juró no volver a hacerlo, aguantó una semana, volvió a caer. Lo intentó de nuevo, a las 2 semanas volvió a caer. Cayó muchas veces pero siempre se levantó.
No se daba por vencida, por primera vez una luz de esperanza pasaba por su pensamiento y le decía que todo podía mejorar, que ella sí podía estar mejor. Pasó el tiempo y, con muchas caídas y con una cicatriz que lo atestiguara, logró mantenerse 6 meses sin probar filo.
Estaba orgullosa. Alguien que nunca estuvo en ese lugar nunca va a entender lo que es luchar noche a noche con un pensamiento que va ganando terreno en tu mente y no te deja respirar. No se piensa en otra cosa, sólo querés dolor y castigarte por todo lo que nunca fuiste, por todo lo que sos. Te odiás sólo por ser vos misma. Por tener ese pelo, esos ojos, esas manos. No es por no ser como ella, es por ser como sos. La culpa no es de la otra persona por ser linda y lo que los demás buscan; la culpa es tuya por haber nacido así y por no ser lo suficiente para nadie.
Creo que la gente nunca va a entender lo que es luchar contra los temblores de tu cuerpo, contra las voces de tu cabeza que continuamente te pide que te hagas daño, que no sos buena para nada, que te merecés morir. No saben lo que es pasar noches y noches sin dormir sólo porque esas voces no se callan nunca. Las personas que no lo sufrieron nunca van a entender lo que es esta adicción, el sentimiento de ver correr libre y loca la sangre por tu cuerpo. Tratar de gritar más fuerte que estas voces y no tener éxito. Tener estrés psíquico sólo por el hecho de pensar todo el tiempo, de luchar contra vos misma todo el tiempo.
¿Con qué compararlo? La libertad y la calma que te da hacerte ese corte. Voy a tratar de explicarlo: Los síntomas empiezan: te empieza a temblar el cuerpo, la mente empieza a volar, empezás a transpirar, a no poder quedarte quieta. Empezás a escuchar más y más fuerte esas voces que te basurean y que tienen razón: Sos una mierda. Empezás a llorar, compulsivamente, con dolor y angustia. La tristeza es lo único que sentís, el dolor de ser la nada en persona, la angustia de toda una vida de mierda. No pensás, necesitás dejar de sufrir, dejar salir todo lo que tenés adentro. Y agarrás la gillete, temblando y con miedo, todavía luchando contra vos misma para no caer otra vez, sabiendo que cuando esa gillette corte tu piel no vas a poder parar jamás. La hundís y la arrastras, lenta y con fuerza. No duele tanto como lo que sentís dentro, pero ver la sangre correr por tu cuerpo ya está causando efecto: te vas calmando. Te hacés otro corte, sólo para alargar esa calma. Después te mirás, mirás tus brazos, tus piernas, tu panza...las ves rojas de sangre, sentís el dolor físico y psíquico y te odiás. Te odiás más que antes por ser tan débil de no haber aguantado una noche más, de haber vuelto a caer y ya es tarde para luchar. Y te castigás más, te cortás más y más profundo, más fuerte, con más ganas pero con más dolor: Vos no querés esto para vos, pero ya estás adentro del grupo ¿qué más se puede hacer?
Hace dos semanas atrás, ella volvió a caer. Esos 6 meses sin probar filo se fueron a la basura cuando una noche las voces fueron más fuertes, cuando la adrenalina le recorrió todo el cuerpo, cuando la consciencia cedió ante el dolor. Cuando al mirarse al espejo vio el fracaso que es, lo sola que está, lo sola que se siente. Lo invisible que es para los demás, lo alejada que está de la gente que más amo en la vida.
Hace dos semanas atrás, ella, abrió esa caja que hace seis meses no abría. Agarró esas dos cartas de despedida que había escrito hace años atrás, cuando por segunda vez intentó quitarse la vida, las abrió y sacó sus herramientas de tortura: gillettes, metal, encendedor, banditas elásticas, cigarrillos, sacapuntas. Temblaba, no sabía si de miedo o de adrenalina. Dentro de ella los pensamientos luchaban incansablemente, las lágrimas caían por sus mejillas compulsivamente, el aire se le escapaba de los pulmones y no encontraba la forma de que entrara más, no podía respirar, no escuchaba más allá de la voz de su consciencia: "¿Te pensaste que te ibas a librar tan fácil de mí? Sos un fracaso y eso nunca va a cambiar. Nadie querría a una chica con cicatrices, no tengas esperanzas. Hacelo, ya no tenés qué perder. Vos te merecés esto y mucho más". Y perdió contra ella misma y dejó que la sangre corra en señal de que un poco de lo que ella era se iba con ella. Se lastimó compulsivamente, con fuerza, con odio, con bronca. No sentía ya el dolor, ella necesitaba ver sangre para que calmara su tortura. Necesitaba saber que algo de ella se iba, quería creer que era su peor versión de ella misma. Sangró, sangró, sangró y se reía como loca. No tenía noción de lo que estaba haciendo, era como si todo el odio reprimido salió aquella noche de marzo con tanta furia y tanto dolor. Tanta angustia reprimida encontró su vía de escape aquella noche. No sentía nada, no entendía, no controlaba su cuerpo: Ya no podía parar.
Al terminar, vio los restos de la persona que había sido, vio su cuerpo como hace tiempo que no lo veía y, al mirarse al espejo, vio que el correr de la sangre era opacado por una mueca en el espejo, su cara con una diabólica sonrisa de satisfacción le dijo: "Volví para quedarme".

¿Quién diría que aquella chica que ríe esconde tantos secretos? ¿Quién diría que aquella chica que usa mangas largas con 27 grados esconde tanto dolor? ¿Quién diría que ella soy yo?.


"Pónganme anestesia sin apuro que hoy me está costando sonreír. Tengo más pasado que futuro y unos años sin dormir".

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